A pocos años de su desaparición física, el general Liber Seregni se ha convertido en una referencia insoslayable para comprender e interpretar la historia uruguaya de los últimos ochenta años. Aunque el peso de su invocación resulta sin duda particularmente referencial para las izquierdas uruguayas y para el Frente Amplio en particular, su trayectoria cívica ya pertenece al patrimonio nacional de la república en su conjunto, más allá de banderías.
Su amor acendrado a las instituciones en las que participó lo llevó a compromisos incómodos en todas ellas, incluso al agravio inaudito de ser tildado de traidor, aunque parezca mentira, desde el ejército hasta el Frente Amplio. Fue calumniado en dictadura y en democracia, por carceleros y por “compañeros”. Los primeros no le perdonaron nunca su inalienable vocación constitucionalista y su apertura ideológica para unirse con todo aquel que buscara la transformación progresista del país. Los segundos fueron implacables cuando debió defender y defendió las posiciones que –en el error o en el acierto- solo su conciencia le dictaba.
Quiso ser puente e interlocutor con los jóvenes y con los intelectuales, a quienes juzgaba como actores centrales en todo proceso de cambio. Y siempre destacó –en prisión o en libertad, en tiempos normales o difíciles- por su coraje tranquilo y maduro, cualidad que a Seregni le gustaba reconocer como herencia de ese “heroísmo sobrio” que hallaba tan propio de su admirado Artigas. General, dirigente político, demócrata cabal que por su compromiso sufrió la cárcel y el desprecio, el estudio de su figura resulta fundamental para comprender al Uruguay contemporáneo.