Si fuera verdad que el "hombre es dueño de sus silencios y prisionero de sus palabras", don José Mujica Cordano debería estar cumpliendo una merecida perpetua. Pero no es verdad. Es sólo un proverbio mezquino que nos invita a ser calculadores y machetes al compartir lo que pensamos. Aplicado a la política, es más que nada una recomendación para mantener una cuidadosa separación entre lo que de verdad se piensa y lo que se dice en público. Como era de suponer en alguien de su currículum, Pepe se insubordina contra la regla y se dedica a ser consistente consigo mismo: así como vive a la intemperie, piensa al aire libre. Al hacerlo, ejerce una versión extrema de principismo democrático, porque hablar de los temas de gobierno, con sinceridad y detalle, implica creer que la gente tiene derecho a saber y sobre todo derecho a entender. Esa es su especialidad: desarmar en piezas los asuntos más complejos y reordenarlos de modo tal que su lógica quede a la vista. Agarra los terribles nudos conceptuales en que suelen presentarse los asuntos de la economía o la administración, los desenreda y deja los piolines estirados y lisitos. Este libro es una prueba rotunda. Sirve, por supuesto, para entender a Pepe, pero mejor que eso, sirve para entender un poco mejor al país y al mundo.