Según Virginia Wolf, en 1910 comenzaron a constatarse los primeros signos de la modernidad estética asociada al siglo XX. Julio Herrera y Reissig murió en marzo de ese año, justo en el momento en que estaba escribiendo la parte más original de su obra poética, la cual vino a coincidir con el “mundo nuevo” que comenzaba a definirse en la realidad y en las artes. Anclado en una ciudad de Montevideo que tímidamente aceptaba la llegada de los tiempos modernos, Herrera y Reissig no tuvo una vida misteriosa, desaforada y cinematográfica como las de Byron, Shelley, Poe o Rimbaud. La vida del poeta uruguayo fue de índole rutinaria, sin nada biográfico del otro mundo, por más que se le ha querido forzar una condición de escandalosa “heroicidad” urbana y epocal inexistente. La parte trascendente no proviene de su archivo existencial, sino de su literatura, insoslayable a la hora de realizar un balance riguroso de la actividad poética hispanoamericana de los últimos cien años. Al cumplirse el centenario de la muerte de Herrera y Reissig, su obra ya no sufre los desaires de lectores desatentos ni queda excluida de compilaciones continentales. Por el contrario, es ineludible punto de referencia. Tal cual este libro lo destaca con rigor y lucidez, el poeta de mayor originalidad que ha dado la literatura uruguaya permanece como un adelantado, como figura literaria imprescindible.